ADIÓS DANIEL

A la edad de 37 años y en el destierro, murió ayer en la ciudad de México
Daniel Wacksman Schinca, uruguayo, periodista de profesión y humorista
empedernido por vocación. Ensayar una despedida a Daniel es tarea harto
difícil porque hasta a la muerte la tomó de blanco de su fina ironía.
Todos en México conocían al Wacksman comentarista de temas
internacionales profundos, analíticos, documentados y comprometidos.
Ignoraban, sin embargo, su inagotable veta humorística que, en la década de
los 60, había hecho perder la calma a la dictadura constitucional uruguaya de
Pacheco Areco y a sus rígidos soportes civiles y militares, muy poco afectos a
las bromas de Daniel.
¿Qué uruguayo no recuerda aquella catedral del humor político, denominada
«la mar en coche» que todos los viernes, bajo la pluma de Daniel, irrumpía en
forma de columna, en el semanario Marcha, que orientaba nuestro Carlos
Quijano?
Cuando la editora del diario Extra me encomienda la dirección del periódico,
allá por el año 1967, no dudé en designar a Daniel como responsable de la
página humorística. «El Buscapié» la había titulado el propio Waksman
emulando a ese instrumento de pirotecnia que al estallar se dirige hacia las
plantas de humanidades que bien pronto pierden su arrogancia y hasta su
propia verticalidad. Y así ocurrió. Bajo el slogan de «El Buscapié: humor libre,
burbujeante, cachafaz, apenitas tirando a asquerosón», Daniel se dedicó a
ridiculizar al despotismo naciente con maestría, pero también con valentía
digna de destacar. Y sabido es que si los tiranos de algo carecen es del sentido
del humor. Cuando tiempo después clausuraban el diario Extra por la
publicación en su primera página de una carta de oficiales apoyando al general

Líber Seregni por negarse a desenvainar su espada contra el pueblo
perseguido, Pacheco se tomó la revancha, encarcelando a Daniel para sólo
liberarlo meses después, cuando optó por abandonar el país. Se puede decir
que desde ese momento perdió a su país, al que sólo pudo volver a ver en un
breve interregno cuando el Frente Amplio se aprestaba, en 1971, a demoler el
bipartidismo conservador y secular, protagonizando la construcción del más
vasto auditorio con que la izquierda uruguaya jamás soñó contar.
Posteriormente, el Chile de Salvador Allende y los trabajadores andinos, le
proporcionó refugio y trabajo. Allí en la tierra de Neruda y Mistral profundiza su
trabajo en el comentario internacional y abandona la pluma del humor que sólo
fue usada en su propio país. Se negó desde entonces a desenterrar esa
magnífica hacha de guerra que tan diestramente sabía utilizar. Se lo reclamé
en varias oportunidades. La última, aquí en México, hace cuatro años. Me
contestó que la reservaba para cuando volviéramos a la patria. En Chile, la
pesadilla motinera lo obligó a asilarse en la embajada mexicana, encontrando
refugio en esta tierra que quiso entrañablemente y en la que decidió morir.
Ya sentenciado a muerte en un hospital de Houston, su última y machacona
voluntad fue morir en México. No podía ser trasladado en vuelo de línea por la
parálisis que lo afectaba. Pero insistía: «a como diera lugar». Y otra vez más la
solidaridad mexicana se hizo presente con un avión oficial que lo trasladó de
Houston, a su casita de San Jerónimo, junto a sus libros, su máquina de
escribir, sus tangos de Piazzola, sus afectos.
La muerte de Daniel Wacksman nos golpea duro. Ya estamos cansados de
llorar a nuestros muertos en el exilio, en las cárceles, en los campos de tortura
y exterminio. Y hoy todo el exilio uruguayo, inmenso y extendido en los cuatro
rincones del mundo llora al Daniel, militante que nunca se equivocó de
trinchera y que supo transformar su pluma irónica en arma temible contra los
déspotas. Aunque él no nos permita llorarlo. Nunca olvidaré su entereza final, y
cómo nos animaba a mi mujer, Isabel, y a mí, que habíamos ido a Houston, a
pasar con él esta Navidad, su última Navidad. Hasta que perdió el habla nos
dio ánimo.
Nuestra solidaridad más grande a su esposa, Liliana de Riz, brillante socióloga
argentina, que lo acompañó en todos sus destierros, y a su hermano Guillermo,
magnífico compañero con quienes compartimos afanes fraternales y unitarios

en el Comité de Solidaridad con Uruguay. Daniel, amigo querido, hermano del
alma, adiós y gracias por enseñarnos que a los enemigos de la vida también se
los derrota con la vitalidad de la alegría y el humor militante.

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